Me he sentido siempre mejor en la compañía de desdichados, personas que tienen una vida caótica, porque siempre me recuerdan a mi y que no soy el único que la puede estar pasando mal. Me encanta la sonrisa de niños sin dientes sentados en una esquina, que la de tipos con dentaduras blancas y perfectas, me agrada conversar con locos y conserjes, porque se cierto modo siento que tienen una vida más interesante que tantos hombres de negocios que sólo hablan de dinero. No cambiaría acariciar un animal de la calle mugroso y hambriento, que acariciar a personas que se visten de falsas promesas.
Si prefiero a los desdichados, no por latina o pena, los prefiero porque están vivos y tiene fuego en los ojos, son ellos los que aun pueden dedicar canciones cursis y decir te quiero, personas que aun se enamoran con la luz de una sonrisa, personas que salen a marchas contra dictaduras y oporosores, aun caminan mirando al cielo silvano y no con la vista en el celular. Verlos es un espectáculo digno de todos los cigarros del mundo, conozco pocos que veo y siento que estoy frente a un genio, capaces de decir cualquier cosa lúcida o incoherente y robar mi atención y de vuelto una nueva perspectiva de vivir.
Hoy mientras regresaba a casa vi un niño vendiendo golosinas, no podía comprarle no hubiera podido regresarme a casa, la pasó mal, pero definitivamente el la pasa peor, me miró y sonrió sin conocerme, de oreja a oreja, se definió en una curva la más mortal que puede matarte la tristeza. Me pare y le devolví una enorme sonrisa esforzándome de ser un buen contrincante a la suya y empezó a reír a carcajadas, definitivamente no fue un día de mierda.